La respuesta corta es no. La respuesta completa requiere de más profundidad.
Recuerdo cuando era pequeño y mis padres me llevaban a de vacaciones a una hermosa costa del pacifico de aguas tranquilas. Una playa ideal con una agradable brisa, favorecida por las corrientes marítimas que la hacen que el salado mar sea cálido y confortable. Acostumbramos ir con familiares cercanos, lo cual hacia de la estancia más divertida, llena de momentos de felicidad.
Menciono todo esto por la siguiente razón. Temprano en la mañana después del desayuno mis primos y yo decidíamos ir a la alberca del hotel en lo que el resto de los integrantes estuvieran preparados para salir a la playa. Por lo general la alberca a estaba fría, por no decir helada. Cuando llegábamos ahí mi mente se llenaba de interrogantes ¿Y si el agua hace que me enferme y no aproveche mis vacaciones? ¿Realmente me quiero meter? No les voy a mentir, en un principio lo pensaba, difícilmente me hubiera aventado si me hubiera detenido a responder esas preguntas. La sensación del primer chapuzón no es la más cómoda que digamos. Pero después de lanzarte la cuarta o quinta ocasión el resto es placer y diversión. Evidentemente después de secarte y comenzar al siguiente día la sensación incomoda regresara.
Hablar en público es similar. Incluso los oradores más experimentados sienten en su cuerpo los nervios antes de presentarse ante un grupo de personas, el pulso se acelera, el nerviosismo crece . En Toastmasters he aprendido a usar esas sensaciones que estaban en mi contra y aprovecharlas a mi favor. Pero solo estando consciente de que la recompensa será satisfactoria es lo que me ha animado a hacerlo.
A si es que si te preguntas si algún día lograras hablar en público la respuesta es no. Nunca lo sabrás mientras no te atrevas. Solo hasta cuando des ese brinco y seas persistente en lograrlo, es cuando realmente podrás saberlo.
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